San Petesburgo, Invierno de 1960
Limpio mis gafas después de empañarlas por enésima vez. Me las quitaría si no me hicieran tanta falta, pero a pesar de un par de brechas en las lentes y un par de dobleces en la montura, aún cumplen su función. Si tuviera dinero compraría cinta adhesiva para arreglarlas, pero necesito ahorrar un poco. Me niego a irme otra noche a la cama sin cenar, y los caramelos de la parroquia nunca consiguen saciarme.
El sonido de un motor interrumpe mis pensamientos y ensordece el ruido de mi estómago. De él bajan tres señores de aspecto opulento, que por la marca del vehículo y sus acentos diría que son italianos, y se acercan a mi.
- ¿Es tuyo? -Dice uno de ellos señalando el cartel que hay a mi lado. Por fea que sea mi caligrafía, nadie se resiste a que le quiten la escarcha y el barro del coche por tan solo unos céntimos, ¿verdad?
- Si, señor.
- Pues date brío, tenemos prisa.
- Vamos, Otelo, no seas bruto. -Le reprende el más jóven de todos, diría que tiene mi edad.- Toma, un adelanto.
Ya me espero el frío metal de las monedas en la mano, pero en su lugar noto...
¿¿Papel?? ¿¿Me está pagando en billetes?? ¡¡Esta noche ceno pollo!!
Con este intercambio me da por mirarlo a la cara directamente. Es un tipo esbelto, de cabello negro y ojos color violeta (ah, síndrome de Alejandría, ¡justo leí sobre ellos el otro día!). Su apariencia está bien cuidada, desde la ropa perfectamente planchada hasta el fino bigote sin un solo pelo fuera de su sitio. Me mira con una sonrisa ladeada, mostrando sus inmaculados dientes, y termina de despacharme con un guiño.
- Si me lo dejas bien reluciente, te daré más.
¡No se hable más! Saco mi material del fardo, planteandome la posibilidad de ofrecerme a trabajar en su casa, pero entonces los señoritos retoman una conversación que me cautiva en seguida.
- Sigo pensando que deberíamos añadir más alfonio en la solución de betanio.
Me tengo que aguantar la risa. Anda, Otelo, qué bestia eres... Pero escurro bien la esponja y froto el capó, los catetos como yo no tienen cabida en estos debates.
- Eso no conseguirá nada. -Oigo al tercer señorito detrás de mi.
- ¿Qué propones entonces, Belucci?
- ¡Pues justo lo contrario! Más betanio y menos alfonio.
No te rías, Oliver, no te rías... Sigue limpiando... Te puedes meter en problemas si les llamas la atención, los ricos tienen el orgullo muy frágil.
- ¿Qué opinas tú, rapaz?
Se me hiela la sangre ahí mismo. No me habrán oído, ¿verdad?
Al girarme me encuentro de nuevo con el señorito generoso. Me observa frotando su barbilla, con la cadera apoyada en el coche cerca de mi. ¿¿Me ha estado mirando todo este rato??
- N-no tengo nada que opinar, señor, sólo limpio coches.
- Pues parecías bastante interesado en lo que hablabamos. ¿Por qué no le explicas a mis compañeros por qué sus ideas son tan malas?
- Vamos, Ignazio, no lo humilles así...
- Oh, no es esa mi intención, ¡más bien vais a acabar vosotros humillados!
No sé a qué juega, pero no le haré un feo a este benefactor. Trago saliva, devuelvo la esponja al cubo y procedo a dar mi explicación mientras me seco las manos.
- El alfonio y el betanio neutralizan mutuamente sus temperaturas. Demasiado alfonio subiría la temperatura y ustedes saldrían volando por los aires, demasiado betanio congelaría la mezcla hasta endurecerla y entonces sería imposible manejarla.
- ¿Qué solución propones, entonces?
- ¿Qué buscan conseguir?
- Combustible.
- En ese caso, a no ser que vayan a aplicarlo en motores de alta aleación, descarten todo lo que han hecho hasta ahora. Cualquier combinación de esa mezcla es altamente corrosiva. No sé ni por qué considerarían experimentar con ello siquiera.
Tal y como dijo Ignazio, los otros dos parecen estar muy avergonzados. No se atreven ni a levantar la vista del suelo. He de reconocer que nunca me había sentido tan...
¡Poderoso!
- ¿Cómo te llamas? - Ignazio por su parte vuelve a mirarme con esa brillante sonrisa.
- Oliver, señor... Oliver Novikov.
- ¿En qué academia estudias?
- Ninguna, señor, no dispongo de los medios.
- Pero conoces nociones importantes de química.
- Me gusta leer, señor.
- ¿Y qué quieres ser de mayor?
- ¡Astronauta, señor! Quiero decir, si hasta un perro puede ir al espacio... ¿Por qué yo no?
- Decidido, pues: Te contrato.
- ... ¿Cómo? -Los demás señoritos corean conmigo.
- Desde hoy eres mi ayudante de laboratorio.
No puedo aceptar esto... ¡No estoy en absoluto capacitado para el trabajo! ¡Sólo he leído cuatro enciclopedias y artículos de prensa y se me da bien recordar datos, nada más! Me dispongo a negarme, pero entonces otro ruído se interpone entre nosotros.
Mi famélico estómago. Qué vergüenza.
- ¿Por qué no lo discutimos con una buena cena? He reservado mesa para esta noche.
- Pero sólo para tres...
- En ese caso, Otelo, tú te quedarás vigilando el coche. Con lo limpio que ha quedado, ¡te sentirás muy a gusto!
- ¡Señor Stradivarius, no me puedo creer que...!
- Vamos, Novikov. -Ignazio lo ignora y me ofrece su brazo para que me agarre.- Tenemos mucho de lo que hablar esta noche.
Una vez más me planteo declinarle, pero por otro lado...
Mi estómago tiene más voluntad que yo.
Me tengo que aguantar la risa. Anda, Otelo, qué bestia eres... Pero escurro bien la esponja y froto el capó, los catetos como yo no tienen cabida en estos debates.
- Eso no conseguirá nada. -Oigo al tercer señorito detrás de mi.
- ¿Qué propones entonces, Belucci?
- ¡Pues justo lo contrario! Más betanio y menos alfonio.
No te rías, Oliver, no te rías... Sigue limpiando... Te puedes meter en problemas si les llamas la atención, los ricos tienen el orgullo muy frágil.
- ¿Qué opinas tú, rapaz?
Se me hiela la sangre ahí mismo. No me habrán oído, ¿verdad?
Al girarme me encuentro de nuevo con el señorito generoso. Me observa frotando su barbilla, con la cadera apoyada en el coche cerca de mi. ¿¿Me ha estado mirando todo este rato??
- N-no tengo nada que opinar, señor, sólo limpio coches.
- Pues parecías bastante interesado en lo que hablabamos. ¿Por qué no le explicas a mis compañeros por qué sus ideas son tan malas?
- Vamos, Ignazio, no lo humilles así...
- Oh, no es esa mi intención, ¡más bien vais a acabar vosotros humillados!
No sé a qué juega, pero no le haré un feo a este benefactor. Trago saliva, devuelvo la esponja al cubo y procedo a dar mi explicación mientras me seco las manos.
- El alfonio y el betanio neutralizan mutuamente sus temperaturas. Demasiado alfonio subiría la temperatura y ustedes saldrían volando por los aires, demasiado betanio congelaría la mezcla hasta endurecerla y entonces sería imposible manejarla.
- ¿Qué solución propones, entonces?
- ¿Qué buscan conseguir?
- Combustible.
- En ese caso, a no ser que vayan a aplicarlo en motores de alta aleación, descarten todo lo que han hecho hasta ahora. Cualquier combinación de esa mezcla es altamente corrosiva. No sé ni por qué considerarían experimentar con ello siquiera.
Tal y como dijo Ignazio, los otros dos parecen estar muy avergonzados. No se atreven ni a levantar la vista del suelo. He de reconocer que nunca me había sentido tan...
¡Poderoso!
- ¿Cómo te llamas? - Ignazio por su parte vuelve a mirarme con esa brillante sonrisa.
- Oliver, señor... Oliver Novikov.
- ¿En qué academia estudias?
- Ninguna, señor, no dispongo de los medios.
- Pero conoces nociones importantes de química.
- Me gusta leer, señor.
- ¿Y qué quieres ser de mayor?
- ¡Astronauta, señor! Quiero decir, si hasta un perro puede ir al espacio... ¿Por qué yo no?
- Decidido, pues: Te contrato.
- ... ¿Cómo? -Los demás señoritos corean conmigo.
- Desde hoy eres mi ayudante de laboratorio.
No puedo aceptar esto... ¡No estoy en absoluto capacitado para el trabajo! ¡Sólo he leído cuatro enciclopedias y artículos de prensa y se me da bien recordar datos, nada más! Me dispongo a negarme, pero entonces otro ruído se interpone entre nosotros.
Mi famélico estómago. Qué vergüenza.
- ¿Por qué no lo discutimos con una buena cena? He reservado mesa para esta noche.
- Pero sólo para tres...
- En ese caso, Otelo, tú te quedarás vigilando el coche. Con lo limpio que ha quedado, ¡te sentirás muy a gusto!
- ¡Señor Stradivarius, no me puedo creer que...!
- Vamos, Novikov. -Ignazio lo ignora y me ofrece su brazo para que me agarre.- Tenemos mucho de lo que hablar esta noche.
Una vez más me planteo declinarle, pero por otro lado...
Mi estómago tiene más voluntad que yo.
San Petesburgo, Primavera de 1965
Ignazio y yo corremos por los andenes con sus maletas, intentando que el cabello no se me ponga por delante y me haga tropezar. Debería habermelo recogido antes de salir, que ya lo tengo por los hombros, pero como siempre este italiano incorregible se ha quedado dormido.
Pero esto no es una novedad, más aún después de un lustro trabajando juntos. Menos mal que no tuve que depender de sus horarios para sacarme la carrera...
- Bueno, esta es la vía... -Toma aire y asiento en un banco de madera, echando su cabeza hacia atrás y cerrando los ojos cansadamente.
Me siento a su lado, en mi caso inclinado hacia adelante y tratando de respirar de nuevo. Sorprendentemente, no hay ni un alma en la estación. Sólo el sonido del viento meciendo las ramas de los abedules nos acompaña esta madrugada.
- ¿Me echarás de menos?
- Ni un poco. -Lo miro socarrón, ¿en serio me pregunta esto?
- No me sorprende, estarás muy ocupado estudiando para astronauta...
- Ah, sobre eso... He cambiado de opinión. Dudo seriamente que Laika siga viva a estas alturas
- ¡Cobarde! -Su carcajada resuena por todo el andén.- Entonces, ¿qué harás?
- Un poco de todo. He descubierto que me encanta aprender.
- Es lo que más me gusta de ti.
Nos miramos una vez más. ¡Pues claro que lo voy a echar de menos! Desde el día que nos conocimos, es como si un hilo conectase nuestros cerebros. El uno siempre sabe lo que el otro piensa, nos acabamos las frases, ¡nuestros proyectos consiguen las mejores calificaciones! Por primera vez en mi vida, tengo lo que se podría denominar como mejor amig...
...
Me está besando.
MIERDA, ME ESTÁ BESANDO, ¿QUÉ HAGO?
A ver, tranquilo, piensa. Cierra los ojos y déjate llevar. Es el órden natural de las cosas, a lo que llegan todos los seres vivos, sé normal de una santa vez.
...
No puedo.
- Lo siento... -Me alejo con cuidado de él.
- No, yo si que lo siento, no debí asumir que... No importa, ¿vale?
Un siléncio incómodo. Justo la misma cara de siempre, evitandome, listo para pasar página. No es la primera vez que la veo, y a este paso no será la última persona que lo haga. No, por favor, ¡otra vez no! ¡Esto no me puede estar pasando otra vez!
- ¡Saldré contigo! ¡No me odies!
- ... ¿Qué?
- ¡Eres muy importante para mi! -Siento que el pánico se apodera de mi cabeza.- ¡No quiero que vuelvas a Florencia y me olvides! ¡Con el tiempo seguro que te querré!
- ¡¡Oliver!! -Ay, mierda, sólo lo he enfadado. Me agarra por los hombros y me mira fijamente.- Si no sientes lo mismo por mi, no debes forzarte.
- Te estoy haciendo daño...
- ¿Y yo a ti no, habiéndome declarado?
- Mereces que te corresponda, me has ayudado tanto...
- ¡Nunca lo hice pensando en esto, créeme!
- P-pero aún así... ¡No soy una persona normal, a mi edad ya debería...!
- ¿¿Que no eres normal?? -Ríe de nuevo, pero esta vez muy confundido.- ¡Oliver, que soy maricón, el raro soy yo!
- ¡Al menos eres algo!
- ... No te entiendo.
- Nunca he sentido esto por nadie. Ninguna chica, ningún chico... Ni romántico ni sexual. Al menos tu cerebro reacciona, tu corazón late, tú estomago se retuerce. Yo estoy muerto por dentro...
- ... No, no lo estás.
Esto lo dice alzándose y agarrándome la mano. Me lleva corriendo a donde están los abedules, junto a los cuales hay un mirador hecho de vayas de madera. Allí contemplamos como el amanecer ilumina lentamente los ríos del valle.
- Mira esto, Oliver... Mira esto, y recuerda las veces que lo hemos visto en la academia. Todo lo que hemos comido juntos, ¡puñetero pozo sin fondo! Las películas que nos aburrían por la mitad, nuestras peleas porque odio El Moderno Prometeo... -Me dedica otra mirada.- Tu cuerpo y tu cerebro reaccionan a todo ello. El amor, el amor romántico digo, ¡eso no es lo único que sentimos los humanos! Tú no me amas, pero me quieres. Como a un amigo, como a un hermano, llámalo como quieras, pero me quieres. Y con eso yo ya soy inmensamente feliz.
... Cierto, soy capaz de sentir más cosas. Ahora mismo lo que siento son muchas ganas de llorar. No registro bien por qué, pero es algo bueno, seguro. Nos seguimos mirando, sujetando nuestras manos y sonríendo ampliamente. Aún con la cara llena de lágrimas, concentro mis energías en guardar todo esto en mi memoria.
Pero entonces, se oye a lo lejos la campana del tren. Ignazio me suelta lentamente, todavía sonriendo.
- Te escribiré todas las semanas. ¿Me responderás?
- ¡Todas las cartas!
- Te enviaré caramelos.
- Sabes que los odio... -Río mientras me limpio la cara.
- Y tú sabes que me encanta picarte.
Y con esto, toma su maleta y sube a la escalerita del tren. Se queda allí, agarrado a la barandilla mientras este se aleja de mi.
- Arrivederci, amico mio!!
- Прощай мой друг!!
Amigo mío... ¡¡Querido amigo mío, no te voy a olvidar!!
Ciudad de Mexico, Verano de 2007
- Y si, ¡cumplimos nuestra promesa! Nos escribíamos todas las semanas, sin importar cuando ni dónde. El tiempo que yo estuve estudiando, el tiempo que él estuvo viajando por Europa, ¡incluso cuando nos pilló Vietnam!
- ¿¿Estuviste en Vietnam?? -Celia me mira con los ojos como platos mientras nos conduce por la avenida.
- Si, me encasquetaron el furgón médico, pero no me apetece hablar de eso ahora...
- Cierto, cierto, ¿¿qué pasó al final con Ignazio?? -Daniel me tira del brazo con insistencia.
Tampoco es que hablar de Ignazio entrase dentro de mis planes hoy. Los chicos me han pedido que los acompañe a una marcha del Orgullo Gay, supongo que ver tantas parejas del mismo género me ha recordado a él...
- Al final sus padres lo obligaran a casarse con una mujer. Aunque él no parecía estar muy triste al respecto, a juzgar por la cantidad de amantes varones que me narró en sus cartas. Incluso los conocí el día de su funeral, ¡y a las amantes de la viuda también!
Como supuse, esto arranca unas carcajadas de mis tres alumnos. Incluso Tanya ha venido, aunque no se ha movido de mi sombra en todo el rato. Sólo lo hizo un momento para tomar una chapa de un cesto.
- ¡Venga, tía, que no te van a comer! -Daniel tira de su brazo para que salga.- No te van a echar por ser hetero, ¿eh?
- N-no soy hetero... -Esto lo dice mostrando una chapa con colores rosados y anaranjados.
- ... ¿¿ERES BOLLERA??
- No sé por qué te sorprende tanto, tío... -Replica Celia, colocándose una de color rosa, morado y azul, como la de Daniel.- ¡Si está constantemente dándote calabazas!
- ¡Pero podría haber más motivos! Por mi bigote, por mi cara dura, porque soy un cansino, porque se valora a si misma, porque es asexual...
- ...Daniel, no me puedo creer que a tu edad te tenga que explicar que los humanos no nos reproducimos de forma asexual, ¡ni que Tanya fuera una esponja!
De repente me miran asombrados. ¿Qué? ¡No he dicho nada incorrecto! Sólo se reproducen de forma asexual los anélidos, los equinodermos, los nemertinos...
- Oh... Por lo que nos has contado, pensabamos que ya lo sabías... -Comenta Tanya, aún escondida.
- Ahora me está dando mucha pena... -Daniel me mira muy triste.
Celia toma mi mano y me lleva hasta un pequeño grupo de gente. Estos portan dos banderas: Una con franjas blancas, negras, grises y moradas, y otra similar solo que verde en lugar de violeta. Son gente de todas las edades, géneros y etnias, y algunos ya nos miran con curiosidad.
- En este contexto, asexual significa... -Celia me coloca una de las chapas moradas que llevan en una cesta.- Que no sientes atracción sexual por los demás. Y esto... -Ahora me coloca la verde.- Es ser arromántico. Lo mismo que asexual, pero con los sentimientos románticos.
- ¿¿Estuviste en Vietnam?? -Celia me mira con los ojos como platos mientras nos conduce por la avenida.
- Si, me encasquetaron el furgón médico, pero no me apetece hablar de eso ahora...
- Cierto, cierto, ¿¿qué pasó al final con Ignazio?? -Daniel me tira del brazo con insistencia.
Tampoco es que hablar de Ignazio entrase dentro de mis planes hoy. Los chicos me han pedido que los acompañe a una marcha del Orgullo Gay, supongo que ver tantas parejas del mismo género me ha recordado a él...
- Al final sus padres lo obligaran a casarse con una mujer. Aunque él no parecía estar muy triste al respecto, a juzgar por la cantidad de amantes varones que me narró en sus cartas. Incluso los conocí el día de su funeral, ¡y a las amantes de la viuda también!
Como supuse, esto arranca unas carcajadas de mis tres alumnos. Incluso Tanya ha venido, aunque no se ha movido de mi sombra en todo el rato. Sólo lo hizo un momento para tomar una chapa de un cesto.
- ¡Venga, tía, que no te van a comer! -Daniel tira de su brazo para que salga.- No te van a echar por ser hetero, ¿eh?
- N-no soy hetero... -Esto lo dice mostrando una chapa con colores rosados y anaranjados.
- ... ¿¿ERES BOLLERA??
- No sé por qué te sorprende tanto, tío... -Replica Celia, colocándose una de color rosa, morado y azul, como la de Daniel.- ¡Si está constantemente dándote calabazas!
- ¡Pero podría haber más motivos! Por mi bigote, por mi cara dura, porque soy un cansino, porque se valora a si misma, porque es asexual...
- ...Daniel, no me puedo creer que a tu edad te tenga que explicar que los humanos no nos reproducimos de forma asexual, ¡ni que Tanya fuera una esponja!
De repente me miran asombrados. ¿Qué? ¡No he dicho nada incorrecto! Sólo se reproducen de forma asexual los anélidos, los equinodermos, los nemertinos...
- Oh... Por lo que nos has contado, pensabamos que ya lo sabías... -Comenta Tanya, aún escondida.
- Ahora me está dando mucha pena... -Daniel me mira muy triste.
Celia toma mi mano y me lleva hasta un pequeño grupo de gente. Estos portan dos banderas: Una con franjas blancas, negras, grises y moradas, y otra similar solo que verde en lugar de violeta. Son gente de todas las edades, géneros y etnias, y algunos ya nos miran con curiosidad.
- En este contexto, asexual significa... -Celia me coloca una de las chapas moradas que llevan en una cesta.- Que no sientes atracción sexual por los demás. Y esto... -Ahora me coloca la verde.- Es ser arromántico. Lo mismo que asexual, pero con los sentimientos románticos.
...
De repente siento un vuelco en el estómago. Los
que portan la bandera y la cesta de chapas me dedican una enorme
sonrisa. Son... Gente normal y corriente. Gente como...
- ... Yo... -Me llevo las manos al pecho, a la altura de las chapas. Mis chicos me miran con sus relucientes sonrisas, Tanya frotando su frente contra mi brazo de forma cariñosa.- N-no sé qué decir... Llevo toda mi vida pensando que...
- Lo sabemos. -Me contestan los que son como yo.- Creanos, señor, lo sabemos.
Entonces, un sentimiento cálido me invade y me llega un olor familiar.
Aunque... ¿Crecen abedules en Mexico?
Comentarios
Publicar un comentario